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22 de septiembre, 2020
Eric Stanley, director asociado y comisario de historia
Traducciones por Javier Torres
La histórica pandemia de la influenza de 1918 y 1919 ha recibido más atención recientemente por obvias razones. Las experiencias de ese duro periodo han reverberado a través de décadas, resonando en los hechos de hoy y la amenaza del coronavirus.
“Gripe española,” así bautizada por el país donde se identificó por primera vez e incorrectamente ubicado como el país de origen, se extendió rápidamente a través de Europa y los Estados Unidos. Ayudado por el agitado desplazamiento de gente durante la Primera Guerra Mundial y estrechas condiciones de vida tales como la de los soldados viviendo en campamentos, el virus se diseminó ampliamente. Los soldados que regresaban de Francia acarrearon el contagio a los campos militares de la costa este, y las primeras enfermedades se observaron en marzo de 1918.
Compañía E de Santa Rosa en Fort Mason en 1917. El movimiento y los arreglos de vivienda abarrotados para los soldados contribuyeron a la propagación de la influenza (colección MSC).
Norte de California
Por el mes de octubre de 1918, la influenza había desatado una segunda ola que estaba infectando los campos militares a lo largo de la nación, incluyendo Mare Island en California. En San Francisco, se puso en cuarentena a miembros del ejército, se cerraron las escuelas y lugares de esparcimiento público, y el uso de mascarillas se convirtió en ley. Las autoridades impusieron una multa de $5 a la gente que no usara mascarillas en público, un equivalente a $85 de hoy. En noviembre, se le dijo a la gente del área de la bahía que la influenza estaba menguando y que podrían dejar sus mascarillas. Desafortunadamente en diciembre, se desató una tercera ola de influenza y los nuevos cierres y requisitos del uso de mascarillas generó las objeciones de ciudadanos y dueños de negocios. La ley de uso de mascarilla y cierres se restableció con duración hasta el 1º de febrero. Unas medidas consistentes de sana distancia habrían reducido la tasa de mortandad en un 90 por ciento de acuerdo a los cálculos. San Francisco perdió a673 personas por cada 100,000 residentes.
Condado de Sonoma
Pocas semanas después de la aparición de la influenza en San Francisco, hubo 150 personas enfermas en Santa Rosa. Los primeros casos se dieron en lugares con condiciones de hacinamiento. Los niños de la Granja Industrial del Salvation Army’s Golden Gate y el Orfanato en Lytton, al norte de Healdsburg, comenzaron a enfermar rápidamente hasta que 150 de los 250 niños se enfermaron. Helen Groul, una huérfana de 10 años de edad, fue la primera persona en morir de influenza en el Condado de Sonoma. Al final, 175 personas de una población total de 50,000, perecerían por causa de la influenza en el condado.
El Cuerpo de Tambores de NSGW celebra el final de la Primera Guerra Mundial en Sebastopol, 1918. Los miembros del cuerpo de tambores y el niño en primer plano llevan máscaras de influenza. (Colección de la biblioteca del condado de Sonoma).
Esfuerzos Heroícos
Aunque puede ser estresante examinar la tragedia de 1918 y 1919, también puede inspirarnos a considerar la manera en que la gente se unió para combatir el brote histórico de la influenza. A semejanza de hoy, se requirió de los esfuerzos heroicos de mucha gente para combatir el virus.
Una ambulancia cubierta de rosas con enfermeras de la Cruz Roja apareció en el Desfile de las Rosas de 1917. (Colección MSC).
Las enfermeras quizás fueron las más heroicas. En los albores de la Primera Guerra Mundial, había una escasez de enfermeras. El cuidado directo que daban a los enfermos era la demanda más grande y al mismo tiempo representaba el riesgo personal más alto. En Santa Rosa, el llamado de auxilio se dio cuando la falta de cuidadores y trabajadores de la salud llego a ser un problema creciente debido al aumento en el número de casos de influenza. Y no solo fueron enfermeras capacitadas las que respondieron. Jessie Wheeden, la supervisora de enfermeras en un hospital temporal establecido en Santa Rosa a principios de enero de 1919, elogio a los voluntarios que siendo estudiantes universitarios de administracion de negocios se vieron exigidos a realizar funciones de enfermería, así como los maestros y amas de casa quienes prepararon comida para los enfermos.
Sala de Influenza, Hospital Walter Reed, Washington, D.C., 1918. (Dominio público, Biblioteca del Congreso).
Una Heroína de la Pandemia de la influenza: ¡Frances O’Meara, Aunque Usted no lo Crea!
Frances L. O’Meara, una maestra de muchos años en Santa Rosa, estuvo entre las mujeres voluntarias que ayudaron durante la crisis de la influenza—pero hizo más que solo cocinar comidas. Tal vez reconozca su nombre. En 1918, un antiguo alumno de O’Meara de la Santa Rosa High School, Robert Leroy Ripley, empezó a publicar una caricatura de hechos extraños y curiosidades de todo el mundo llamada “¡Aunque usted no lo crea!” ("Ripley's Believe It or Not!"). Una década después, habiendo ganado fortuna y amplia fama, Ripley reconoció a Miss O’Meara por alentarlo a ilustrar historias y poemas en su clase de inglés cuando tenía problemas escribiendo. Ripley creyó que su aliento lo había puesto en el camino de la fortuna y la fama. Este testimonio y el éxito de su antiguo estudiante seria la razón principal por la cual el nombre de O’Meara seria ampliamente recordado.
Frances O’Meara y Robert Ripley en Santa Rosa en 1936. (Colección de la Biblioteca del Condado de Sonoma).
Mirando al pasado, Frances O’Meara merece crédito por mucho más. El 17 de octubre de 1918, estuvo en una lista de contribuyentes de un fondo para ayudar al orfanato de Lytton, donde tantos niños se enfermaron. Su donación, la más grande listada, fue de $500, lo que hoy serían cerca de $7500. En noviembre, O’Meara fue designada encargada del Woman’s Army for War Service en Santa Rosa. El artículo del Press Democrat del 9 de noviembre de 1918 describe que O’Meara nombro a cuatro coronelas y veinte capitanas para “administrar asuntos urgentes en Santa Rosa.” Aunque la Guerra Mundial se encaminaría a un armisticio solo días después, Santa Rosa se estaba preparando para otro conflicto. Un artículo que aparecía justo debajo del anuncio del nombramiento de O’Meara declaraba que la “la validez de la ordenanza sanitaria prohibiendo reuniones públicas durante la epidemia de gripe española fue ratificada por la suprema corte estatal…” Los asuntos de urgencia en Santa Rosa giraron alrededor de la influenza.
El inicio de la construcción de la casa club de los sábados en 1908. La casa club serviría como hospital temporal de la Cruz Roja durante la pandemia de influenza. La madre de Frances O’Meara, también llamada Frances, aparece cerca del centro del grupo que sostiene la pala grande. (Colección MSC).
Frances O’Meara fue una miembro y oficial de mucho tiempo del Saturday Afternoon Club. Fundado en 1894 como un grupo de mujeres que buscaba el progreso de sus miembros y comunidades, el club se involucró en todo lo que pudo: el apoyo a áreas de juego para niños, el establecimiento de bibliotecas en el condado, mejoras de hospitales y la defensoría del voto a la mujer. En 1908, habían construido una casa club en Santa Rosa en la Calle 10th .Durante la Primera Guerra Mundial, las mujeres se dieron cita ahí para elaborar vendajes quirúrgicos para hospitales militares. Frances O’Meara tuvo un rol clave para establecer la casa club como un hospital temporal de la Cruz Roja para pacientes con influenza en los inicios de 1919. El hospital temporal fue supervisado por una enfermera profesional, pero dependió de cuidadores voluntarios, incluyendo a muchos maestros quienes prepararon comidas para los pacientes en el “aula de ciencias domesticas” en la Santa Rosa High School.
En un esperanzador artículo del 19 de enero de 1919, el periódico reseñó que el trabajo del Hospital de la Cruz Roja parecía aproximarse a la conclusión del proyecto y que los pacientes eran “solamente 17 y todos se reportaban evolucionando muy bien.” Los casos de influenza subían y caían como olas, con algunos casos apareciendo aún a finales de 1920, pero fue el cuidado y la dedicación de gente como Frances O’Meara lo que ayudo a guiar al Condado de Sonoma a través del corazón de la pandemia.
Personal de la oficina del molino de George P. McNear en la esquina de la calle B y Petaluma Boulevard South con máscaras, 18 de noviembre de 1918. (Museo de Historia de Petaluma y Colección de la Biblioteca).
La Batalla de la Influenza de 1918 en Petaluma
Contribuido por John Sheehy
En junio de 1918, el gobierno desplegó al alcalde de Petaluma, un hacedor de sillas de montar, a Portland, Oregón, para administrar una gran planta de sillas de montar para la Caballería de los Estados Unidos que peleaba en la Primera Guerra Mundial. El concejal de la ciudad, Dr. Harry S. Gossage, un prominente cirujano local, fue elegido para suplir al alcalde por el periodo restante. Además de un pequeño déficit en el presupuesto de la ciudad, los retos gubernamentales de Gossage parecían solo rutina. En el horizonte, sin embargo, se avecinaban signos de una mayor amenaza; una para la cual, Gossage resulto plenamente calificado.
Las buenas nuevas de que las fuerzas estadounidenses que luchaban en Europa habían logrado su primer gran victoria iba acompañada por una noticia venida desde España de que una mortífera influenza se diseminaba a lo largo del continente. La influenza pronto se extendió a las bases militares de los EEUU y a mediados del verano, los periódicos de Petaluma imprimían obituarios de hombres locales enlistados y apostados en campamentos militares del este y el medio oeste.
Manifestación en la estación de ambulancias de emergencia de la Cruz Roja en Washington D.C. durante la pandemia de influenza de 1918. (Dominio público, Biblioteca del Congreso).
A mediados de septiembre, mientras las fuerzas aliadas comenzaban su ofensiva final en la guerra en Europa, un hombre que regresaba a San Francisco de una visita a Chicago trajo consigo la enfermedad. Aunque se le puso en cuarentena en un hospital, en la primera semana de octubre la influenza había sido diseminada a un par de cientos de personas en San Francisco. Una semana después la pandemia alcanzó al Condado de Sonoma.
A medida que los periódicos locales empezaron a publicar obituarios de previos residentes de Petaluma ultimados por la enfermedad en otras partes del área de la bahía, el Dr. Gossage, quien también presidia la junta de salud de la ciudad, convoco a una junta especial del concejo de la ciudad para tratar el tema de la epidemia. Aunque no se habían reportado casos de influenza en Petaluma, el alcalde planteo el tema de un cierre general para adelantarse a ello.
Muchos temieron que dicha orden haría más mal que bien, induciría pánico y paralizaría la economía, y al final resultaría ineficaz. Otros argumentaron que probablemente era demasiado tarde para tomar dicha acción, ya que Santa Rosa ya tenía sesenta casos reportados, y California un total de 19,000 casos.
Anuncio que apareció en el Press Democrat 1919 en el que se señalaba el cierre de los cines por parte de la Junta de Salud, pero también animaba a los clientes a estar atentos a las "próximas atracciones".
El 19 de octubre, la Junta Estatal de Salud de California ordenó el cierre de todos los teatros, salones de baile, y escuelas, junto con una prohibición de reuniones públicas. Se exentó a los templos, aunque se recomendaba firmemente, que cancelaran sus servicios o que los celebraran al aire libre, que es lo que la iglesia católica de San Vicente hizo dos días después.
A pesar de los cierres y la prohibición de reuniones, la parte central de la cruzada estatal contra la influenza fue el uso de la mascarilla. En un principio la orden de uso obligatorio de la mascarilla fue emitida solo para los trabajadores de la salud y miembros de hogares donde había casos de influenza. Pero a pocos días de la orden de cierres, casi todo mundo en las calles de Petaluma usaba mascarilla. “Sewsters” en la Cruz Roja estaban ocupadas haciendo mascarillas para aquel que quisiera una, con precio máximo de diez centavos cada una ($2 en valor actual) para impedir la especulación. Se le aconsejó a la gente que hirvieran sus mascarillas una vez al día por razones sanitarias, y se emitieron instrucciones detalladas en los periódicos para aquellos que desearan coser su propia mascarilla.
La influenza llego a Petaluma la tercera semana de octubre, rápidamente cobrando la vida de Joseph Biaggi, un trabajador rural suizo-italiano, siendo su primera víctima. El 2 de noviembre, el alcalde Gossage emitió una orden obligatoria para cualquiera que se aventurara a salir, así como a los comerciantes y a sus dependientes y a empleados de oficina.
Voluntarias de la Cruz Roja, 1918. (APIC / Getty Images).
El usar mascarilla inmediatamente se convirtió en un símbolo de patriotismo en tiempo de guerra. La Cruz Roja declaró contundentemente que “el hombre o mujer o niño que no use mascarilla ahora es un negligente peligroso.” Eso funcionó para la mayoría de los residentes, pero hubo muchos “negligentes” que desafiaron la orden portando la mascarilla abajo de la nariz o en el cuello mientras fumaban. La policía de Petaluma comenzó a arrestar y multar a los negligentes con $1 por la primera falta, y $5 por la segunda ($20 y $100 en valor actual).
Anuncio que apareció en Press Democrat 1918-1919.
Debido a una falta de enfermeras- muchas de ellas estaban fuera, sirviendo en la guerra- el sistema sanitario se vio rápidamente abrumado, al igual que el sistema telefónico, del cual dependían los doctores, enfermeras y farmacéuticos para comunicarse con los pacientes. Las cosas empeoraron cuando un numero de operadoras del conmutador local se enfermaron de influenza. El Petaluma Argus hizo un llamamiento a las mujeres para que evitaran “chismear en la línea,” para reservar el sistema telefónico para aquellos críticamente enfermos.
La declaración del Dia del Armisticio el 11 de noviembre, que marcaba el final de la Primera Guerra Mundial, lanzo un numero sin precedentes de gente portando mascarillas a las calles de Petaluma para un desfile de celebración. Dos semanas después, al disminuir la epidemia local, el alcalde Gossage suspendió la orden obligatoria de portar mascarilla, autorizando la apertura de escuelas, teatros, salones de baile, y templos justo a tiempo para el Día de Acción de Gracias. Al día siguiente, se congregó una muchedumbre en la Main Street cerca del reloj del pueblo que celebró quemando sus mascarillas en un largo tubo de metal.
La suspensión resulto solo temporal. Otra ola de influenza regreso reventando después de Navidad, con 243 nuevos casos y 35 muertes reportadas en San Francisco. Se le advirtió otra vez a la gente que evitara las multitudes, y por unas semanas Santa Rosa reinstaló la orden del uso de la mascarilla. En Petaluma, un brote de casos de influenza llegó en abril de 1919, forzando el cierre de escuelas en Petaluma por lo restante del año escolar.
Para ese entonces, se habían reportado 305,856 casos de influenza en California, y 20,904 muertes, resultando en una proporción de 68 muertes por cada mil casos. 175 de las muertes habían ocurrido en el Condado de Sonoma.
En mayo, cuando parecía que la influenza había acabado, un exhausto Dr. Gossage, quien había combinado sus obligaciones de alcalde con las de atender a sus pacientes, anunció que no buscaría la reelección ese verano, sino que en lugar de ello dedicaría su tiempo a su familia y a la práctica médica.
El siguiente invierno, sin embargo, el frío clima arrojó una cuarta y última ola de la enfermedad. Aunque su tasa de mortalidad fue la mitad de la previa influenza invernal, Petaluma fue golpeada con más fuerza que otras ciudades de su tamaño, reportando 319 casos y 5 muertes por el mes febrero de 1920. La junta de salud de la ciudad emitió otra prohibición de reuniones y cerró los teatros, salones de baile, escuelas, y templos.
Para su consternación, la junta también reportó que los negligentes continuaron reuniéndose para cenas, jugar cartas, y convivencias sociales desafiando la prohibición, a pesar de las muchas tragedias que el pueblo había experimentado el año pasado.
Anuncio que apareció en Press Democrat 1918-1919.
¿Nos pegó en 1916 una ola anterior del virus?
Los virus aún se nos presentan con muchos misterios. Mientras que la epidemia llamada “gripe española” pareció surgir en 1918, el año más activo de la influenza en los Estados Unidos desde los 1890s fue 1916 en realidad. En ese tiempo, los científicos no tenían el beneficio del equipo que podría identificar los virus. Los microscopios no permitían la observación directa de virus como la H1N1 hasta décadas después. En su lugar, los científicos buscaron causas bacterianas. Hoy, los científicos están mucho mejor equipados para estudiar los virus- aun los del pasado. Los investigadores utilizando documentación histórica, evidencia genética, y los raros patrones de la “gripe española,” han estado trabajando con la idea de que el virus H1N1 que causó la pandemia estaba presente en los Estados Unidos desde por lo menos 1915.
¿Podría haber estado presente en California la influenza H1N1 antes de lo previamente pensado? El periódico Press Democrat de 1916 contiene numerosas referencias a “La Grippe,” un término general para la influenza utilizada por muchos años antes y después de 1916. Cuando un miembro reconocido o destacado de la comunidad se enfermaba, el periódico mencionaba sus nombres. Por ejemplo, el 3 de enero de 1916 la edición del Press Democrat imprimió una nota que decía, “la bien conocida artista Elizabeth Hoen…está sufriendo de un ataque de la grippe.” Numerosos artículos similares aparecieron en 1916.
Los entierros en el Cementerio Chanate—el lugar de sepultura para los pobres en Santa Rosa— incrementó repentinamente en 1916. Brincaron de 26 el año previo a 48 en 1916. En 1917 y 1918, volvieron a bajar a 34 y 20, respectivamente. Ya que la epidemia de la influenza golpeo en 1918, la escalada de entierros en esa fecha temprana es algo sorpresiva. ¿Fue la misma enfermedad que luego sería llamada “gripe española”? Tal vez sea imposible saber, pero el gran aumento de entierros en el cementerio Chanate plantea la pregunta.
Las estadísticas del cementerio de Chanate son cortesía de Jeremy Nichols.
Ilustración de coronavirus (dominio público, CDC)
100 Años Después
Existen muchos paralelos entre la pandemia de la influenza de 1918 y el Coronavirus, incluyendo la propagación de la enfermedad en multitudes y lugares hacinados, el debate sobre los cierres y la exigencia del uso de la mascarilla, y los misterios asociados a las pandemias virales. Pero mirando al pasado de la influenza en el condado de Sonoma, podemos ver los esfuerzos heroicos para prevenir la diseminación del virus y para cuidar a los enfermos y encontrar inspiración en aquellos esfuerzos.
Mientras que la ciencia ha avanzado de manera significativa, muchos misterios todavía rodean a estos virus de diseminación rápida. En 2008, los investigadores descubrieron lo que hacía al virus de la influenza de 1918 tan mortífero: un grupo de genes que permitía al virus debilitar los pulmones de la víctima, haciéndolos vulnerables a la neumonía bacterial. Sin duda, descubrimientos similares arrojarán luz sobre el COVID-19 y ayudarán al desarrollo de tratamientos.
Desde 1918, ha habido varias otras pandemias de influenza, incluyendo una de 1957 a 1958, y otra de 1968 a 1969. Ningún brote fue muy mortífero, pero aun así mato a decenas de miles de estadounidenses. Mas de 12,000 estadounidenses perecieron durante la pandemia H1N1 (o “gripe porcina”) que ocurrió de 2009 a 2010.
Cada una de las más recientes pandemias creó un interés renovado en la “gripe española.” Algunas veces llamada la “pandemia olvidada,” el brote de la influenza de 1918-1919 se vio ensombrecida por la Primera Guerra Mundial y encubierta por bloqueos informativos y un inconsistente mantenimiento de registros. Pero al no olvidar y estudiar los eventos del pasado, continuamos acumulando conocimiento e información que quizás nos sirva para combatir a virus como el COVID-19.
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